Había un hombre. Al menos, solía haberlo. El color de sus ojos me fascinaba por alguna razón y su voz sonaba a melodía. A su lado, me sentía única y capaz de cualquier cosa. Lejos de él, melancólica y estúpidamente dependiente.
Había un hombre. Al menos, solía haberlo. Creí ver el océano en sus ojos y resultaron ser mis lágrimas reflejadas en sus pupilas. Su voz era un sonido, al principio melodía y al final un grito desgarrador.
Un día el hombre se fue y yo le dije adiós.
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